La proximidad del 14 de febrero, Día del amor, parece
poner más activas las musas, tanto que hasta en medio de la prisa de cada día no
están de más los minutos dedicados a contemplar una flor vista de cerca en otros momentos, pero sin detenernos.
Al ver esta de tuna me emocionó observar al detalle
cómo puede surgir una flor tan hermosa, con un color llamativo, de una planta cuyas hojas poseen poco atractivo a la vista,
aunque tiene la facilidad de crecer al descuido de dejarla solo en el suelo,
sin ni siquiera sembrarla.
Las flores han sido vistas durante mucho tiempo como
símbolo de la mortalidad, la belleza y el amor, debido a que se producen
durante los ciclos naturales, los cuales están integrados con los de la Luna, el Sol y el transcurso
de las estaciones, y representan el cambio, el crecimiento y la disminución, la
vida y la muerte, pues son efímeras: son semillas, luego flores, y finalmente
mueren.
Tanta belleza es aún más sorprendente porque es
temporal; representan casi a la perfección esta temporalidad gloriosa, donde
todo está constantemente convirtiéndose en algo más.
Ellas
tienen esencias que son la base de exquisitos perfumes, y casi todos los
productos de belleza contienen alguna esencia floral. Así unas sirven para
suavizar la piel, otras como infusiones, algunas son comestibles, y son también
muy útiles para elaborar sprays repelentes de insectos.
La
utilidad de las flores es muy extensa y variada; según quienes hacen terapias
florales, hay un aroma distinto para cada paciente, no es algo estándar, ya que
depende justamente de las asociaciones que la persona pueda llegar a hacer con
determinado aroma.
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