Somos más en casa, y ese motivo
tan bien justificado me alejó un poco de las actualizaciones en el blog y la
presencia en las redes sociales, pero ya retomo las entradas, precisamente con
mis vivencias en el nuevo rol.
Les cuento que permanezco
con el sueño viejo, cerrando madrugadas en que parece concluir la jornada
diaria para mi nieta Ainhoa, cada vez más animada, ahora con 50 días de nacida,
ya entre sonrisas y gorjeo, que no hay quien la mire con reproches sino con las
emociones propias de vivir cada cambio.
Después de 12 días de
espera, con ingreso en el hospital, su nacimiento ocurrió el 5 de diciembre,
luego de 24 horas de una inducción que se había anunciado fallida, lo cual me
tuvo medio perdida hasta que el abuelo materno me trajo la buena nueva de que
el parto estaba próximo a ocurrir, en lugar de la cesárea.
A las 10 y 18 de la mañana
aconteció el feliz suceso, capaz de llenarme de un instante de felicidad
inmenso, no experimentado desde hacia muchos años, e imagino se iluminó mi
rostro como ocurre solo en grandes ocasiones, tal vez por mi carácter más bien
flemático.
El anuncio del buen estado
de salud de madre e hija lo siguió mi entrada al alojamiento conjunto, y al
primer encuentro con mi nieta todavía estaba en la incubadora, demostrando la
fortaleza de los pulmones a vivo llanto, como ya lo hacían los latidos de su
corazoncito desde los exámenes prenatales. Mi hija me recibió también
fortalecida, a pesar del complejo proceso de parto.
No quise delegar en nadie
para acompañarla en la primera noche con su beba, después de haber permanecido
en vela durante la anterior, en la sala B2 de cuidados especiales. De veras fue
muy difícil porque la pequeñita - de 8, 7 lbs - reclamaba su
alimentación muy a menudo, y nos esforzamos mucho en no quedarnos dormidas,
hasta que al día siguiente asumió Miladis, la abuela paterna.
¡Miren entonces desde
cuando vienen mis horarios de sueño incompletos!, aunque la diferencia la hacen
esas alegrías, y la confirmación del pediatra Raúl del área de salud del policlínico
“Guillermo Tejas” de que va muy bien la niña, considerada sana, a lo cual mucho
ayuda la lactancia exclusiva.
Mi familia ha sido un
puntal al acompañarme en presencia física, apoyo doméstico y financiero. Mi
hermana Nersi se ocupó de la cocina en los días de hospital y una semana
después del parto, mientras yo me dedicaba al lavado y la asistencia a la
recién estrenada madre.
La hermana María del Carmen
me recuperó atrasos en la limpieza interior y exterior de la casa; vino
acompañada de nuestra madre, la bisabuela que a punto de cumplir los 83 años de
edad el 25 de enero, ya tiene una decena de biznietos, y estuvo por acá más de
un mes, todavía con mucha voluntad acostumbrada a una vida de trabajo en el
hogar.
Alberto, mi hermano
residente en Holguín también asistió al acontecimiento familiar, como también
lo hicieron mi hermana Marisbel y su hija Yaimí, mi sobrina más apegada que
está en trámites de atención médica y estamos deseando mucho que no surjan
mayores complicaciones.
De la rama paterna de la
nieta también ha existido suficiente apoyo, lo cual posibilita una buena
armonía y lo agradezco mucho porque entre todos tratamos de hacerle la vida más
llevadera al joven matrimonio y su hija.
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