Pertenecer a la especie
humana no es la única coincidencia que me hace estremecer ante las imágenes de
horror que muestran los medios de prensa, con niños entre la mayoría de las
víctimas del bombardeo de Israel contra Gaza, en la nueva ofensiva sionista.
Aún tan distantes desde el
punto de vista geográfico, otras circunstancias nos hacen cercanos. Todavía me
conmueve la nostalgia por el fallecimiento del joven palestino Káder, cuyo
cariño y bondad compartimos muchos en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, en
la década del 80 del siglo pasado.
Nos tratábamos cual coterráneos,
siempre con la alegría en su rostro y motivos suficientes para reír, hacer
chistes, bromar, pasear y servir a quien necesitase cualquier apoyo, como si no
temiera a esa sombra de peligros siempre al acecho de su lugar de nacimiento.
Unos años después de su
regreso, graduado de Periodismo, acá se trasmitió entre compañeros de estudios
la infausta noticia de su muerte, al coincidir con un atentado su entrada a una
cafetería o algo similar.
Gran pesar provoca ese
horror que ronda cada día a las familias en Palestina, de donde también estuvieron
en mi curso de la universidad Haidar y Maher, amables, respetuosos y
con muchos deseos de convertirse en profesionales, y así obtuvieron sus
títulos.
Aunque luego de la
despedida no hubo reencuentros, sí queda en la memoria el tiempo compartido,
junto al respaldo de sus anhelos de vivir en paz que nunca se han hecho posibles,
ante el genocidio israelí con atrocidades y martirios comparables a lo vivido
por las víctimas del fascismo en Europa, tan solo porque hay un pueblo persistiendo en el derecho a
existir.
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