El
primer día de cada semana me levanto temprano en la mañana, aunque no tenga que
ir al trabajo, pues actualizo varias tareas domésticas, pero en este decidí
quedarme un poco más en la cama; aunque despierta, me mantuve acurrucada bajo la
frazada porque el amanecer nublado y frío era oportuno para remolonear en la
cama.
Parece
que mi colega Edilia lo adivinó, casualmente necesitó comunicarse por teléfono
conmigo, y luego un vecino me llamó mientras pasaba en bicicleta por la calle
lateral a mi casa. Por supuesto que no me molestaron, lo cual confirmé al comprobar
que el reloj marcaba ya las 9.22
a.m.
Hora
muy justificada para dejar la cama -sin apenas arreglarla-, y el acostumbrado
aseo matinal; a lo cual siguió un recorrido con escala en la vivienda del
vecino, quien se ocupó de mi desayuno, luego hice una pequeña compra en un
kiosco de la red de Tiendas Recaudadoras de Divisas, y visité a una amiga para
saber de ella y su madre convaleciente, que concluyó con un buen café de despedida.
De
paso, entre ambos sitios, conversé unos minutos con Carmen y su hija Yanet, amigas
de la tertulia de tecleros de Las Tunas, quienes me actualizaron del reciente y
próximo encuentros.
Incluso
me quedó el tiempo justo para acudir a la manicurista, oportuno para ayudarla con
unas tabletas que necesitaba para su hijo asmático. Al regresar a mi casa me
ocupé del almuerzo, de comunicarme con amigos de FB, escribir para el blog y de
ahí ver la película del programa Arte Siete de Cubavisión, que es una de mis
aficiones de domingo.
Este
breve recuento hace posible que no tenga tiempo de aburrirme. Muchas personas
me tienden su mano, y a cambio trato de corresponderles.
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