Frank Michel frente al jardín de la abuela |
Un
reparador viaje constituyó la reciente visita a mi familia, donde otra vez nos
reunió a hermanos, sobrinos, cuñadas y otros parientes, el feliz motivo del
cumpleaños 81 de mi madre, quien lo disfruta como el mayor regalo.
Al
compartir el reencuentro nos actualizamos de nuestros proyectos, estado de
salud y demás; surgen convergencias y divergencias de criterios de los más
diversos temas, pero siempre bajo el principio del respeto a la opinión
personal.
De
lo más grato guardo el rato de diversión con las ocurrencias de mi
sobrino-nieto Frank Michel, quien en pocos meses cumplirá los tres años, una
etapa infantil encantadora, de ideas ingeniosas como la suya de convertir una
hoja de col en supuesta rana y lanzarla de una persona a otra, que nos trasportó
a un juego imprevisto.
Mi
sobrina Yaimí, una joven profesora, se sorprendió atrapada en la broma
creyéndola algo real, cuando se despojó de la blusa en un santiamén, huyéndole al
“anfibio” tan temido por la frialdad y viscosidad de su piel, sobre todo entre
las féminas, aunque no tanto en mi caso que las saco del lugar para liberar a
mi hija del temor.
Fue
un buen tiempo de risas y gritos, de renovar el corazón de niños, a lo que acompañaron otros instantes de
entretenimiento con el pequeño Frank, incluida la demostración de aprendiz de
mecánica, desarmando el carrito de juguete, que lograba armar nuevamente aunque
unía la goma trasera con la delantera.
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