La quebrantada salud, con una cardiopatía, no le permitió sobrevivir a los 83 años, cuando conservaba aún lucidez mental y el carácter bromista, acompañado de gran cantidad de anécdotas que atraían sobre todo a los nietos.
Muy frecuente era reunirse a su alrededor en la sala de la casa para volver a reir a carcajadas, ante el recuento de múltiples sucesos reales, y tal vez enriquecidos por la imaginería de quien vivió no pocas aventuras en las andanzas como arriero por montañas de la oriental Sierra Maestra, junto a su compadre Rogelio.
Es reconfortante poder recordar así a mi padre Roberto, a quien lo apodaban Beto, y lo acompañaba el cariño de muchos en su pueblito natal, lo mismo para compartir un trago, el juego de dominó, o las conversaciones nocturnas, fundamentalmente de fin de semana.
Ciertamente, la naturaleza lo favoreció en la procreación, al tener 15 hijos, de ellos 5 hembras e igual cantidad de varones con mi madre; aunque parece ser que también se combinaron otros atributos para ganar mucha simpatía femenina.
Poco tenía para aportar quien se dedicó la mayor parte de su vida a cultivar la tierra, como campesino pobre; pero sí impregnó en nosotros la necesidad de abrirnos paso en la vida, primero estudiando, y luego mediante el desempeño en un puesto de trabajo.
Con orgullo hablaba de su descendencia porque los hijos se lo daban todo, y no cabía en su cabeza imaginarse como los ancianitos solos, ocupándose todavía del sustento y otros menesteres.
En septiembre próximo será el duodécimo año en que no lo tenemos físicamente, pero cada fecha festiva en que logramos reunirnos lo sentimos siempre al lado, y recuerdo en especial cómo se valía de la visita de alguno de los hijos que vivimos en otras provincias, como pretexto para dar cuenta de algún guanajo, cerdo, gallina, u otro animal que se le antojara comer.
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