"...Nos pasamos la vida esperando que pase algo...
y lo único que pasa es la vida,
no entendemos el valor de los momentos,
hasta que se han convertido en recuerdos..."
Bob Marley, poeta y músico jamaicano.
La vista solitaria del
parque me atrajo, no por si misma, sino por reconocer a alguien sentado en un
banco inmerso en la lectura del periódico, cual si no tuviese prisa y
disfrutara tan apacible escena, interrumpida apenas por la continua brisa de
inicios de abril.
Mientras me aproximaba
supuse que estaba de vacaciones, se tomaba una mañana de entretenimiento en la
calles, y tal vez era un punto de encuentro pactado de antemano con un amigo,
una pareja o cualquier otra persona.
Ya frente a él, solo
captó mi presencia al escuchar el saludo, seguido de la interrogante de si
esperaba la guagua; de inmediato respondió que apenas lo separaba una parada
del lugar de destino.
En realidad son dos, y al
hacerle la precisión me dio el argumento de ser muy aburrida la espera del
ómnibus. Entonces lo miré sin más comentarios, con la certeza de encontrar en
su rostro, envejecido a destiempo, la testarudez de siempre para ignorar las
sugerencias por su bienestar.
Me despedí sin robar un
segundo más de su tiempo, pero me acompañó la frase de lo aburrido de la
espera, y sentí pena hacia él porque ha puesto límites a la vida y los sucesos
trascendentes. Así la existencia no pasará más allá del levantarse para seguir
vagamente las rutinas de alimentarse y cumplir un horario de trabajo.
La propia vida es una
espera. Cada día es nuevo para el afecto familiar, donde un hijo luzca el
incipiente bigote, un nieto pida ayuda al arreglar la patineta o la madre
anciana reciba el consuelo a los achaques de la vejez.
Para él se fue la
juventud, se ha detenido el tiempo en ese parque solitario, a donde llega en
las escasas horas de sobriedad porque es más duradera la embriaguez; no importa
con cuanto dinero, si bastan sorbos de alcohol.
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