Mientras
los adultos conversan no sabe de qué, la pequeña Analía, de dos años de edad,
tiene su ración de helado casi en el fondo del vasito, cuando la mamá le pide
brindarle a la vecina, y extiende la
manito en lugar de llevarse la cucharita a la boca.
Lecciones de
solidaridad en el dar y compartir son inherentes al pueblo de Cuba desde la
cuna; a medida que las personas transitan a la adultez practican cómo no ser
indiferentes al dolor de los demás ni ante alguna circunstancia embarazosa, de
lo cual se cuentan vivencias.
Durante sesiones
gratuitas en la sala de rehabilitación del área de salud del policlínico “Pity
Fajardo”, de esta ciudad de Las Tunas, al intercambiar del tema Moraima relató que
da “el asiento en la guagua a los ancianos, les ayudo con la jaba o a cruzar la
calle”, y en el caso de Flor, “en la farmacia un hombre que ni conozco me
completó el dinero para medicamentos, cuyo precio era superior al que yo
suponía”.
Para ella, “son tan
cotidianos ese tipo de gestos que pude notar diferencia en la atención de salud
en Estados Unidos, cuando acompañé a mi yerno al hospital debido a un
sangramiento, y antes del examen médico debió responder varias preguntas al
trabajador social acerca del pago del servicio”.
La conversación había
surgido precisamente a partir del noble gesto de compartir un paciente el
mentol con una mujer que olvidó el de su esposo para los masajes. Así vemos a
diario ese desprendimiento multiplicado frente al egoísmo, que aunque minoritario,
lacera valores trasmitidos desde la familia, la escuela, y la vida cotidiana.