Los honores y la devoción del pueblo por su amado líder son la despedida al héroe, solo de la vida terrenal; en ese adiós alzan las banderas que prometen nunca dejar caer, y venerar el símbolo imperecedero del hombre cuya vida dejó de ser propia para pertenecerle a la gente, a las masas visibles a partir de los proyectos inclusivos.
El pueblo venezolano asiste al duelo sin lágrimas, los alienta el mandato de seguir adelante y no dejarse arrebatar ni una sola de las conquistas, porque así elevan al más alto pedestal a su comandante-presidente Chávez por siempre.
Pero también se oprime el corazón entre las personas progresistas de Latinoamérica toda y del mundo, a quienes también pertenece el legado de humanismo, bondad, desinterés, pasión desbordada y el afán incansable de lucha y trabajo del excepcional líder.
Tal vez demorarán 100 años, o siglos, para el resurgir de un estadista cercano a la talla del amigo que ha dejado de existir físicamente, pero él está en la cima de los precursores del ideario independentista, en el bando de los que aman y fundan – al decir de José Martí- inmortalizado en la historia presente y futura.
Al llegar el anuncio de lo inevitable, aferrado a Cristo y a la vida dejó otra lección de no claudicar, a lo cual son fieles las imágenes del tributo póstumo bañado de pueblo, en esa gran oleada de gente agradecida por tantos beneficios, y por sentir en el justo lugar a su dignidad como seres humanos.
Sin lágrimas, aunque consternada, apuesto desde mi Cuba por mantener vivo el ideario chavista, alimentado de las hondas raíces sobre las que se asienta el afán luchador de nuestra América, negada a permitir el saqueo de sus recursos y a envainar las armas.
Cual un familiar muy cercano, por siempre nos acompañará e inspirará su imagen sonriente, desbordada de acciones y de sueños.
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