Recorría la ciudad sin vanaglorias |
Recientemente
me conmocionó el deceso del combatiente Santiago Dreke Scott, en la ciudad de
Las Tunas, a los 77 años de edad, cuya imagen más nítida la conservo de la cena del primero de enero de 2015,
ataviado con traje, como le gustaba lucir en ocasiones especiales, aunque fuese
en ambiente familiar, mientras desde su asiento la mirada y risa bonachonas seguían a
los demás en el baile, el brindis del traguito o las conversaciones animadas.
Meses antes le
solicité una entrevista por su cercanía a Fidel, máximo líder de la Revolución Cubana, como integrante de su equipo de seguridad personal, pero con voz suave y calmada la rechazó alegando temer a la imprecisión de algún dato en hechos que involucraban a grandes personalidades; entre estas se contaba también la heroina Celia Sánchez Manduley, a quien profesaba un profundo cariño y agradecía la asignación de su vivienda.
Aunque insistí, no pude lograr mi propósito, el cual me siguió rondando en espera de otra oportunidad. Al saber de su fallecimiento el domingo nueve de agosto, víctima de un infarto cardíaco, fugazmente sentí decepción por mi poca pericia profesional, sin embargo tuve el consuelo de apreciar en su negativa una muestra de extrema discreción.
Luego mi
vecina Idalmis Peña, quien junto a sus tres hermanas y un hermano le profesaron
el cariño de los hijos que nunca tuvo, corroboró mi suposición al comentar de
su hermetismo para hablar de la presencia al lado de dirigentes de la Revolución, incluso con
su familia, salvo en raras ocasiones.
Con él se
llevó al sepulcro tantísimas anécdotas, y quizás muchos ni lo conocieron como parte
del dispositivo de seguridad en los viajes del Comandante en Jefe, en la década
del 70 del siglo pasado, a Jamaica, Etiopía y la ONU; además de asumir misión internacionalista en
África.
La mayor parte
de su formación patriótica y de lealtad la tuvo en las Milicias Nacionales
Revolucionarias, las Fuerzas Armadas de la Revolución, la limpia
del Escambray, en la crisis de octubre, el Partido Comunista de Cuba, el
Ministerio del Interior y la zafra de los “Diez millones”, en 1970.
De La Habana volvió en 1990 a la cotidianidad de su
ciudad de Las Tunas; laboró en la antigua fábrica de envases de vidrio “Antonio
Maceo” hasta la jubilación, y luego
integró la División Mambisa
“Mayor General Vicente García”, dedicada a las labores agrícolas que conocía
desde los diez años de edad, en la localidad natal de San Rafael, sin posibilidades de estudiar dado su origen
humilde, como el sexto de diez hermanos.
En la última etapa de vida compartía la estancia en el hogar con buena parte del día frente
al Banco de Crédito y Comercio, próximo a su vivienda en los altos de la tienda
“La Época”, mientras la pérdida de visión se volvía más crónica, y la esperanza
de mejoría lo conducía disciplinadamente a las consultas médicas.
A esto
conllevaron causas genéticas, aunque quizás influyeron los años de vista
aguzada en la protección a miembros de la alta dirección en Cuba, un costo del sacrificio asumido con plena
entrega, fiel a la
Revolución y sus líderes, trayectoria que le mereció varias
medallas y reconocimientos, junto al respeto y admiración de compañeros y familiares.