Eso de cuidar a una bebita
es tan complicado que requiere estar apegados a la consulta del reloj, por lo necesario de tanta precisión para la
alimentación, el baño, tiempo de juego, sueño y mucho más.
Un juguete que fue de mamá |
La mayor compensación es ver
crecer a mi nieta Ainhoa, alegre y saludable, con el cariño de la familia y
otras muchas personas allegadas, a quienes agradecemos su apoyo espiritual y
material.
Por suerte, a los siete
meses apenas comienza a tener momentos de llanto insistente cuando no está dispuesta
a que la entretengan mucho en la cuna o el coche, pero de todos modos ha hecho
los debut con mamá; parece ser más considerada con la abuela.
Aún continúa en el “papá”,
“tatá” y “abu”; este último muy curioso porque lo confundimos con el intento de
decir abuela, pero parece más bien una petición de leche u otro alimento,
cuando se aproxima o es ya la hora de alimentarse.
Lidiar con el calor es
bastante difícil, por lo cual permanece el día con el mínimo de ropa, a veces solo
el blúmer, y en muchas noches ninguna porque de lo contrario no puede conciliar
el sueño, ni pueden hacerlo quienes la acompañan.
El popurrit con que la
duermo, después de más de medio año de vida, aún no la cansa, y sonríe cuando
van apareciendo el “elefante que se balanceaba en la tela de una araña…”, “los
pollitos dicen pío, pío, pío…”, o los estribillos con versión libre.
Al llegar esta encantadora
miembro de la familia me preocupaba recordar poco algunos de los cuidados a los
infantes, pero el día a día, las búsquedas e Internet y las consultas médicas de
la pequeña me han ayudado a refrescar la memoria. Mi hija está más delgada, sin
embargo se desenvuelve con bastante soltura; ahora estoy al tanto de esos dos
amores de mi vida.
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