En
las regiones más al oriente de Cuba, muchas personas suelen decir con cierto orgullo que por acá se
divisa primero el Sol, y desde luego no quiero quedarme fuera de ese grupo para
compartir la parte mía.
A
las características geográficas de mi pueblo natal no las distingue una
naturaleza exuberante, pero si tiene atractivos propios de un lugar ubicado en
la zona rural al suroeste de la provincia de Santiago de Cuba. Lo describo como
una especie de valle, rodeado de montañas, no tan elevadas las más próximas
pero sí las más alejadas.
La
vista es hermosa hacia los alrededores, con mucho verdor, y cada mañana junto
al despertar de los gallos llega el encanto del alba, tan cercano que la mirada
lo ubica casi al toque de las manos.
Tras
más de 20 años de residir fuera de la localidad no dejo de disfrutar los
amaneceres de mis cortas visitas; me resulta raro, pero placentero, sentir tan
cercana esa imagen, cual si no me demorase tanto tiempo en verla, tanto que
decidí escoger una para la portada del blog; aunque el día se presentó algo nublado, no impidió la
salida del astro rey.
Mi
pueblito se llama Los Negros, aunque no tiene nada que ver con diferencias
raciales que alimentan bromas respecto a haber sido desplazado a 10 kilómetros por los
habitantes de Baire, uno de los sitios del reinicio de las gesta
independentista cubana, el 24 de febrero de 1895.
El
nombre sí es alegórico a luchas y diferencias sociales, pues cuentan que allí
existió un palenque de esclavos negros sublevados contra el dominio colonial
español. Resistencia que continuó en otras etapas, para entonces con más mezcla
de razas.
Allá
perduran mis orígenes, familia, amigos e historias de la infancia y juventud.